Dices que me extrañas

Dices que me extrañas pero no te veo, no te siento.
Dices que el tiempo se alarga en mi ausencia pero en la distancia solo hay ecos de un silencio impuesto.
Quisiera entenderte, quisiera ver por tus ojos y comprender el cristal que distorsiona mi realidad.
A veces miro a través de la ventana como esperando a que aparezcas. A veces me engaño intuyéndote en un ruido en el pasillo, en un crujido que me despierta de mi sueño.

Hoy, enterrado entre las sábanas, oigo cómo el viento se cuela a través de los rincones de esta casa que un día no era mía sino nuestra. Un día en el que quisimos comernos el mundo pero no fuimos lo suficientemente valientes.

Dices que me extrañas, pero no te veo, ni siquiera en las fotos te recuerdo. Suenas como una canción casi olvidada de la que sólo eres capaz de entonar un par de acordes y recitar las últimas palabras del estribillo.

Y en esas ando, sumido en reflexiones a ninguna parte y en miradas perdidas en espejos de otra época.
Intentando superar la tristeza con rutina, con días iguales que empiezan y terminan en el mismo sitio. Vivo sin vivir como esperando a que algún día todo cambie sin cambiar nada. Empujando la pesada carga de los recuerdos allá donde vaya, luchando con la armadura de la razón contra los olores, los sonidos, los sabores, contra todo aquello que es tú sin serlo.

Hace frío, es diciembre y los rayos de sol ya no calientan. Es un frío sin emociones, un frío gris. Ahora casi todo es gris. Donde hace tiempo todo era de un color intenso ahora solo quedan los claroscuros de una mirada apagada. Tu mirada. Aquella por la que perdí la razón, por la que por primera y única vez en mi vida comprendí que hay cosas que ni los mayores logros científicos serán capaces de explicar.

Dices que me extrañas, pero no te veo porque ya no estás. ¿Acaso lo estuviste alguna vez o eres sólo producto de mi imaginación?
Me resisto a olvidarte, cariño. Me niego a dejar que nuestros momentos se deshagan en el tiempo como el papel marchito de un códice milenario. No puedo permitir que cada sonrisa que te arranqué y que clamé al cielo como una victoria del amor ahora se diluya entre las lágrimas de una historia rota.

Pero ya no sé qué más puedo hacer. Lo intenté todo y nada funcionó. Quise remar a contracorriente sin saber nadar y no fui lo suficientemente fuerte para aguantar el oleaje. Y ahora me estoy ahogando en la desesperación, sumido en el eterno abrazo con el tiempo, esperando paciente a que llegue el momento de partir.

Dices que me extrañas, pero no te veo. Sólo veo el horizonte, con un majestuoso sol poniéndose y bañando de naranjas aquellos páramos donde un día corrimos hasta morir de felicidad. Ahora ya no queda nada más que soledad. La incansable compañera que camina a mi lado en este lento pasear por la vida desde tu marcha.

Y con cada paso me alejo más de ti, de nosotros, dirigiéndome sin rumbo hacia lo que el destino tenga preparado para mi.