Luces de noche

Bailan las letras de una historia sin acabar. De una historia mil veces repetida. Mis ojos se posan más allá de la ventana, cuando la noche cerrada parece querer susurrarme cuentos para dormir.

Las luces miran a escondidas a esas personas que pasean, ensimismadas, por una calle cualquiera de una ciudad sin nombre. Sonrisas efímeras, como cometas, que pintan cuadros fugaces de mundos inalcanzables.

Me gustaría saber volar para alcanzar el alféizar de tu ventana y sonreírte tras el cristal.

Me imagino allí, a las puertas de tu pecho, esperando paciente a que me dejes pasar.

Mis dedos dibujándote estrellas en un océano plagado de atardeceres, señalándote las constelaciones que miles de años atrás, marcaron el destino de la humanidad, mientras mis labios juegan a ser poetas olvidados hablando de amor.

Y entonces volver a descubrirte en tus abrazos. Volver a sentirte en tus besos. Comprenderte en tus caídas, en las heridas de tu alma.

Tal vez nunca hablemos. Tal vez, las palabras vuelen demasiado lejos, lleguen demasiado tarde. Y las luces de la noche, haga ya tiempo que se apagaron.

Pero te pienso, hoy, con la sonrisa sincera que aguarda los momentos que te quedan por vivir, y siento que con eso, me basta.

No te miraba a los ojos

El sol terminaba de acariciarte las mejillas aquella mañana cualquiera, en esa vida que ya no se regía por el tiempo.

Me acerqué y me fundí contigo en un abrazo eterno, como queriéndote decir que siempre sería así, nuestra historia. Más allá de los devenires que trajera la Providencia, sería nuestra: tuya y mía.

Recuerdo aquellos momentos ahora, mirando la ténue línea que separa el pasado del futuro, cuando el peso del primero hace ya años que superó a las expectativas del segundo.

Navegando entre las memorias vienen a mi las imágenes de aquel primer mes, donde este cuento comenzó a escribir sus primeras palabras. Y esbozo una sonrisa cargada de historias mil veces contadas cuando recuerdo que me decías que no te miraba a los ojos.

No te miraba a los ojos porque en su anhelante profundidad me perdía. En tu mirada encontré cobijo a mis temores, a mis deseos. Era una mirada fuerte, llena de un caracter forjado con las idas y venidas de una vida a veces cruel. Una mirada cargada de ilusión. Fue tu mirada la que me habló de futuros, de miedos, de destino y de amor. Una mirada por la que perdí el miedo a apostarlo todo y perder.

No te miraba a los ojos porque, tras las máscaras, tras el juego de luces, todavía yacía el pequeño yo, aquel que titubeaba ante cualquier giro extraño de la vida. Un ser que se sentia insignificante, débil, incapaz de creer en nada ni en nadie. Lo tomaste de la mano y le susurraste miles de cuentos que alimentaron su alma. Gracias a ti creció, y creció tanto que un buen día dejó de tener miedo.

No te miraba a los ojos porque mis ojos miraban más allá, hacia las miles de nuevas historias que quería vivir contigo, hacia todo aquello que el destino nos tuviera preparado. Miraban hacia cielos estrellados una noche de verano, plagados de sonrisas y de sueños de conquistar el mundo. Miraban hacia pequeñas sonrisas, pequeñas miradas, pequeños pasos de futuros todavía por descubrir.

No te miraba a los ojos porque no hacía falta.

Porque en cada gesto.
En cada abrazo.
En cada beso.

Tenías la respuesta.

Dices que me extrañas

Dices que me extrañas pero no te veo, no te siento.
Dices que el tiempo se alarga en mi ausencia pero en la distancia solo hay ecos de un silencio impuesto.
Quisiera entenderte, quisiera ver por tus ojos y comprender el cristal que distorsiona mi realidad.
A veces miro a través de la ventana como esperando a que aparezcas. A veces me engaño intuyéndote en un ruido en el pasillo, en un crujido que me despierta de mi sueño.

Hoy, enterrado entre las sábanas, oigo cómo el viento se cuela a través de los rincones de esta casa que un día no era mía sino nuestra. Un día en el que quisimos comernos el mundo pero no fuimos lo suficientemente valientes.

Dices que me extrañas, pero no te veo, ni siquiera en las fotos te recuerdo. Suenas como una canción casi olvidada de la que sólo eres capaz de entonar un par de acordes y recitar las últimas palabras del estribillo.

Y en esas ando, sumido en reflexiones a ninguna parte y en miradas perdidas en espejos de otra época.
Intentando superar la tristeza con rutina, con días iguales que empiezan y terminan en el mismo sitio. Vivo sin vivir como esperando a que algún día todo cambie sin cambiar nada. Empujando la pesada carga de los recuerdos allá donde vaya, luchando con la armadura de la razón contra los olores, los sonidos, los sabores, contra todo aquello que es tú sin serlo.

Hace frío, es diciembre y los rayos de sol ya no calientan. Es un frío sin emociones, un frío gris. Ahora casi todo es gris. Donde hace tiempo todo era de un color intenso ahora solo quedan los claroscuros de una mirada apagada. Tu mirada. Aquella por la que perdí la razón, por la que por primera y única vez en mi vida comprendí que hay cosas que ni los mayores logros científicos serán capaces de explicar.

Dices que me extrañas, pero no te veo porque ya no estás. ¿Acaso lo estuviste alguna vez o eres sólo producto de mi imaginación?
Me resisto a olvidarte, cariño. Me niego a dejar que nuestros momentos se deshagan en el tiempo como el papel marchito de un códice milenario. No puedo permitir que cada sonrisa que te arranqué y que clamé al cielo como una victoria del amor ahora se diluya entre las lágrimas de una historia rota.

Pero ya no sé qué más puedo hacer. Lo intenté todo y nada funcionó. Quise remar a contracorriente sin saber nadar y no fui lo suficientemente fuerte para aguantar el oleaje. Y ahora me estoy ahogando en la desesperación, sumido en el eterno abrazo con el tiempo, esperando paciente a que llegue el momento de partir.

Dices que me extrañas, pero no te veo. Sólo veo el horizonte, con un majestuoso sol poniéndose y bañando de naranjas aquellos páramos donde un día corrimos hasta morir de felicidad. Ahora ya no queda nada más que soledad. La incansable compañera que camina a mi lado en este lento pasear por la vida desde tu marcha.

Y con cada paso me alejo más de ti, de nosotros, dirigiéndome sin rumbo hacia lo que el destino tenga preparado para mi.