Vacío

Jugueteaba con la arena entre sus dedos, mientras sentado, sentía como esa brisa de mar intentaba susurrarle palabras que no podía entender. Caía la tarde y el ocaso le sorprendió con la mirada puesta en un horizonte ajeno a sus vaivenes, alejado de sus sinsabores.

Aquella tarde de junio se había querido regalar un momento para él y había terminado cayendo en la cuenta de que ya solo quedaba una versión desfigurada de sí mismo. Rota por los incesantes tropiezos, por las dudas, por la incertidumbre.

El tiempo había ido desangrando su espíritu luchador hasta convertirlo en un remanso de paz ficticia. De gritos ahogados entre recuerdos desdibujados.

Hoy se sentía vacío. Una cáscara que no guardaba ya nada de valor en su interior. Tal vez, reflexionaba agarrándose a los últimos rayos de sol, se había dado por vencido.

Tal vez nunca había sido algo que hubiera estado en su mano.

Y en realidad, ese destino caprichoso que había querido tumbar sus ansias de echar a volar, llevaba ya años escrito sobre la antigua piedra en un remoto lugar desconocido.

O quizá no.

Quizá esto solo fuera una parada más en el camino, un momento donde coger de nuevo aire y llenar esa vasija vacía de nuevas esperanzas, de nuevos sueños por cumplir.

La noche se cerraba sobre el inmenso mar y la brisa había dejado de contarle historias en su lengua secreta.

Allí, sentado, permaneció solo por un instante más, tambaleándose en la delgada cornisa que da paso al oscuro abismo de la desesperanza.

Hasta que sus lágrimas brillaron con la luz de la luna.

Hasta que sus pies decidieron que no era el momento.

Y comenzó a caminar de nuevo.