La Guerra de los Reyes

Sir Gallahan había perdido toda esperanza. Con los flancos vencidos el ejército del Pretendiente no tardaría en entrar al corazón de su formación y con ello la victoria se alejaría para siempre.

Después de más de tres años de intensas luchas el final de esta larga y cruenta guerra estaba cada vez más próximo.

Como en toda guerra, las causas eran distintas según a qué bando le preguntases. Los leales defensores del Emperador Artharion II argumentaban que éste era el legítimo heredero al trono, descendiente directo de los senescales de Ithril, primogénito de Arthas IV y portador de la sangre de los Primeros Moradores.

Sin embargo, y sobre esto fundamentaba su reclamación el Pretendiente, algo extraño había sucedido en los últimos años. Arthas IV, famoso por su valor y fortaleza, había sufrido un rápido declive que le había hecho pasar de montar a caballo todas las mañanas a no levantarse de la cama en meses para terminar exalando su último suspiro en menos de un año. Además, Artharion había sido enviado con tres años a la Fortaleza Ambar para que los Sacerdotes Dorados le instruyeran en el uso de las armas y en el conocimiento y su vuelta a reclamar el trono de Ithril no había estado exenta de sombras.

Corrían rumores de que el verdadero Artharion había fallecido en una de las expediciones a la Torre de Marfil, en el límite de los territorios del reino y que el que hoy se sentaba en el trono del imperio era un impostor. Un hombre de paja puesto por los Sacerdotes Dorados para hacerse con el control del imperio.

Y así, tras la muerte y posterior coronación de Artharion el conflicto estalló. Conocida bajo el nombre de la Guerra de los dos Reyes, la situación se había ido complicando a medida que más nobles habían ido decidiendo a qué bando apoyar hasta convertirse en una guerra civil en todo el vasto Imperio Ithriliano.

Comenzó a lloviznar en el momento en el que el estandarte de Lord Bardok Númer caía al barro: el flanco izquierdo había sido destruído. A Sir Gallahan Brazodehierro no le quedaba más que ordenar la retirada y tratar de mantener la formación todo el tiempo que le fuera posible. La esperanza, aquella tenue luz que siempre brilla en los corazones humanos, le llevó a creer que alguno de los caballeros leales al emperador acudiría en su ayuda.

Sir Gallahan desconocía que el imperio hacía ya tiempo que había caído en las manos equivocadas. El rumor no era rumor sino triste verdad, aunque no del todo. Cierto era que el que se hacía llamar Artharion II no era sino un vil farsante, carente de sangre noble y al servicio de los designios del Sumo Sacerdote. Sin embargo, no lo era tanto que el verdadero Artharion hubiera caído.

Dado por muerto por los sacerdotes tras su caída por la ladera de Gal Eren, Artharion Oshfork había sobrevivido y se encontraba retenido tras los muros de la Torre de Marfil observando impotente lo que sucedía en las tierras mas allá del Ruhr. Quienes lo retenían, los magos blancos, lo hacían por un motivo que él desconocía pero que estaba a punto de serle revelado.