Cristales

Solo oigo las pisadas que dejo atrás.

Miro rostros que no entiendo y los olvido a su paso. Cruzo miradas profundas que hablan idiomas que desconozco.

Dejo mis huellas en la arena pero el mar se las lleva consigo en cada ola. El horizonte, impasible, parece observar en silencio mi carrera a ninguna parte.

Tal vez me di cuenta demasiado tarde de que la vida no estaba hecha para caminos tan dispares, para montañas tan altas, para saltos al vacío.

Danzo sobre los cristales de un mundo que ya no siento mío, marcando un ritmo que me hace perder el equilibrio y caer. Una y otra vez.

Y en cada caída no hago otra cosa que recordar todos los fracasos, todos los finales tristes de novelas que parecían querer llegar a tocar el sol.

Palabras. Todas rotas. Queriendo decir algo sin decir nada.

Quizá baste con parar, sentarse y, mientras el agua acaricia mis pies descalzos, disfrutar de la última de las puestas de sol.

Despierta

Despierta despacio y déjame que, mientras caes en la cuenta de que son mis brazos quienes te rodean, te cuente un cuento.

Te prometo que tendrá un final feliz. De esos que te hacen albergar esperanzas por un futuro mejor, por un mañana diferente.

No te hablaré de héroes de cartón-piedra que, llenos de fantasmas del pasado, sólo son capaces de fingir por un rato. Aquellos a los que su careta sólo les aguanta el tiempo suficiente para volverse a casa a seguir luchando con sus recuerdos.

Tampoco habrá princesas en la lenta espera de príncipes que las salven. Se acabaron las doncellas ingenuas que parecían sombras sin llama.

Habrá puestas de sol infinitas en océanos de aquí y ahora. Con los barcos de promesas incumplidas alejándose en el horizonte.

Habrá noches estrelladas con películas en blanco y negro y copas de vino con sabor a conversación hasta las tantas.

Viajes a destinos impensables, donde caminar por sendas que traen vientos de cambio.

En la mochila del viaje sólo se guardarán los recuerdos que sirvan para mirar hacia adelante. Que en los tropiezos sostengan a los protagonistas y en los éxitos les recuerden que, por muy alta que sea la montaña conquistada, nunca hay que dejar de saber dónde está el suelo.

Y así, un buen día, ellos mismos encuentren los cuentos que están por ser contados, al despertar una mañana cualquiera de verano.

Vacío

Jugueteaba con la arena entre sus dedos, mientras sentado, sentía como esa brisa de mar intentaba susurrarle palabras que no podía entender. Caía la tarde y el ocaso le sorprendió con la mirada puesta en un horizonte ajeno a sus vaivenes, alejado de sus sinsabores.

Aquella tarde de junio se había querido regalar un momento para él y había terminado cayendo en la cuenta de que ya solo quedaba una versión desfigurada de sí mismo. Rota por los incesantes tropiezos, por las dudas, por la incertidumbre.

El tiempo había ido desangrando su espíritu luchador hasta convertirlo en un remanso de paz ficticia. De gritos ahogados entre recuerdos desdibujados.

Hoy se sentía vacío. Una cáscara que no guardaba ya nada de valor en su interior. Tal vez, reflexionaba agarrándose a los últimos rayos de sol, se había dado por vencido.

Tal vez nunca había sido algo que hubiera estado en su mano.

Y en realidad, ese destino caprichoso que había querido tumbar sus ansias de echar a volar, llevaba ya años escrito sobre la antigua piedra en un remoto lugar desconocido.

O quizá no.

Quizá esto solo fuera una parada más en el camino, un momento donde coger de nuevo aire y llenar esa vasija vacía de nuevas esperanzas, de nuevos sueños por cumplir.

La noche se cerraba sobre el inmenso mar y la brisa había dejado de contarle historias en su lengua secreta.

Allí, sentado, permaneció solo por un instante más, tambaleándose en la delgada cornisa que da paso al oscuro abismo de la desesperanza.

Hasta que sus lágrimas brillaron con la luz de la luna.

Hasta que sus pies decidieron que no era el momento.

Y comenzó a caminar de nuevo.

Serás

Serás llamarada en la densa noche donde los sueños enmudecieron.
Y contarás entre susurros las vidas de soldados de juguete.
De corazones de hojalata que quisieron sentirse latiendo al verte.

Serás sonrisa delicada coloreando de rojos tus mejillas.
Mientras las lágrimas afloran en tus ojos y riegan de futuros las historias sencillas.

Serás valor en los días tristes, el destino escrito en muros de papel, presto a borrarse en el vaivén de un barco que no quiso nunca pararse a saber quién era él.

Serás canción y poesía, rima consonante en un mundo de miradas cansadas, de manos frías y almas vacías.

Serás en futuro porque en el presente no eres más que un fugaz dibujo en las estrellas de mi firmamento.
Una voz en susurros hablando de cuentos de amor con final incierto.

Serás porque en pasado fuiste ilusión por un verso.
Engañaste a los ojos el suficiente tiempo,
pero el corazón no es ciego y descubrió el truco, cayeron las vendas
y se rompió el momento.

Serás, algún día amor, serás, contra todo pronóstico,
contra toda razón y desvelo,
serás mi sol y mis estrellas,
mi horizonte en el cielo.

Respuestas

Dejamos que el tiempo pasase, y lo perdimos buscando imposibles.

Nos alejamos del sendero y, así, terminamos encontrando caminos a ninguna parte.

No entendimos, quizá, que nada había que buscar. Que lejos de destinos escritos en piedra, la vida la moldean nuestras propias manos, nuestras propias decisiones.

Me vienen a la memoria los ancianos de aquel rincón escondido, contándome en su lento caminar, que nunca se llega demasiado tarde. Ellos, que pasean con la calma de quien ha visto ya todo en la vida, disfrutan de la espera, de la pausa, de la quietud, pintando de significado los momentos.

Tal vez en ese tiempo que aparenta estar vacío, aprovechan para dejar de buscar respuestas en lugares remotos y deciden navegar en las tempestuosas aguas de sí mismos, aun con miedo, aun con incertidumbre.

En medio de esa tormenta, donde el pasado dejó de ser una carga y el futuro dejó de importar, encuentran la paz. Encuentran el sosiego suficiente para abandonar las correas que los amarran a una realidad desfigurada.

Olvidan los fantasmas que les impedían concilar el sueño. Se olvidan de todo por un rato. El suficiente para caer en la cuenta de que nunca hubo respuestas, nunca necesitaron buscarlas, porque nunca fueron necesarias las preguntas.

Sombras

Juegos de sombras entre sonrisas en atardaceres sin memoria.

Recuerdos que se diluyen en el pasar del tiempo, vagando entre las páginas amarillas de aquel libro que narraba cuentos para niños.

Palabras que ya perdieron su significado.

Miradas desfiguradas por el oleaje de una vida ya vivida. Dibujos sin acabar.

Los fantasmas siguen ahí, agazapados en la noche, cuando al caer el sol, esas sombras ya no hablan de sonrisas sino de dolor. Y las estrellas observan mudas e impotentes la caída de los héroes.

Nunca hubo tiempo para la gloria. La cima no fue más que una ilusión desdibujada, una novela sin principio ni final.

El amanecer de un nuevo día solo trae con él mundos grises. Envases vacíos a los que, solo la inercia por alcanzar islas de cartón, les mueve las velas para seguir surcando el océano de la rutina.

Poco importan ya los guiños del destino. Las derrotas o los triunfos más mundanos. Nada significan los versos escritos en lo efímero de sus besos.

El futuro dejó de contar al oído historias de valientes princesas y reinos dorados, de caballeros de brillante armadura y malvados derrotados.

En el descenso a la oscuridad del olvido, ya nadie se acuerda  de las miradas que hiceron temblar el alma de los mortales, ya nadie recuerda haber estado alguna vez vivo.

Frágiles

Hoy caminaba medio absorto en el supermercado. Andaba pensando en mis historias, en las recientes y en las pasadas, mientras arrastraba sin ganas un carro a medio llenar.
De pronto apareció de la nada la Señora Jimena. Una de esas mujeres mayores que huelen a pan recién hecho, que son todo energía y vitalidad. El encuentro, que no fue más allá de las frases educadas de rigor, las sonrisas y algún «que guapo te veo», me hizo pensar, de repente, en lo que uno necesita, en los momentos difíciles, una palabra cariñosa, un gesto amable.

Son como un bálsamo para las heridas más profundas. Esas heridas que cicatrizan solo con el lento pasar del tiempo. Tal vez, divagué, más por acostumbrarnos a su presencia, a su dolor, que porque realmente sanen.

Reflexioné sobre la fragilidad de las cosas. De nosotros. De cómo nos tambaleamos en el fracaso, en las dudas, en el miedo. Nuestras vidas son pequeñas obras maestras de cristal: tan maravillosas como quebradizas, y un mínimo paso en falso puede originar la grieta que termine por rompernos. Pero en esa extrema fragilidad uno puede ver también resistencia. Puede ver capacidad de cambio, fuerza, ímpetu por vivir. Tal vez no seamos tan débiles. Quizá nos rompamos con la intención de reconstruirnos.

Reanudé mi marcha. Ahí estaba, entre la amalgama de colores de verduras y frutas, debatiendo en mi interior grandes dilemas filosóficos y existenciales. Las cosas quizá fueran más simples, pensé. Igual las grandes elecciones en la vida, al final, se reducían a decidir qué cenar esa misma noche.

Me puse en la cola. Y como una marioneta sin rostro entre muchas, dejé que la inercia de la rutina me arrastrase una vez más a su anestesiante vaivén diario.

Cuentos

Deja reposar por un rato tu cabeza en mi hombro.
Olvídate de todo.

De los futuros, de los pasados.
Olvida la vida, olvida su carga.

Respira y cierra los ojos. Y déjame que te cuente un cuento.

Te hablaré de prados interminables donde correr hasta que nos falte el aire. Donde caer enredados entre abrazos que sepan a conquista. Te contaré cómo aquel caballero, un buen día, se armó de valor e hizo añicos a los fantasmas de su pasado. En el mar de dudas donde una y otra vez naufragaban sus sueños, en la oscuridad de la noche, las estrellas le guiaron de vuelta a casa. Y en cada paso hacia adelante respiró el aire fresco de la libertad, construyendo con sus propias manos el futuro que dibujó en sus noches tristes.

Te cantaré canciones antiguas que hablan de amaneceres olvidados, de soles de otro tiempo, de lunas de otras vidas. Compondré poemas que describan el sonido de la lluvia una tarde de invierno. Protegiendo tu pecho con mis brazos. Defendiendo tu corazón con mi vida.

Lo haré mientras mis temerosos dedos se pierden en cada espacio de tu piel. Mientras mis labios te buscan, intentando arrancarte los besos que consideran suyos por derecho propio.
Para así, terminar mi cuento hablándote del presente. Del aquí. Del nosotros.

Y de cómo mi alma dejó un buen día de buscar viajes a ninguna parte, para permitirse el privilegio de perderse en tu mirada.

Caminamos solos

Testigos inertes de un juego de sombras y luces, de noches y días, de idas y venidas.
Ellas, figuras esbeltas, inmóviles, parecen observar desde las alturas el lento paso del tiempo.

¿Cuántas historias habrán caminado a su abrigo? Iluminadas de noche, mudas de día. Y como las gotas de agua al caer sobre la inmensidad del mar, todos esos instantes llegando sólo para desaparecer.

Historias corrientes, historias que hablan de vida, de las alegrías y las penas más mundanas. Lejos de la épica de las novelas de héroes inmortales. Historias sencillas, que nos habrían convencido de que todos vivimos los mismos fracasos, que soñamos los mismos sueños.

A veces me pregunto si eso es lo que necesitamos, en verdad. Si lo que nos hace falta, de una vez por todas, es darnos de bruces con la realidad de no ser importantes. De que el único lector de nuestra novela somos nosotros mismos. Que la vida no gira, ni se mueve, ni nos debe, nada, a nosotros.

Entonces me da por pensar en ellas, altivas, mirándonos por encima de nuestras cabezas, sonriéndose de su privilegiada posición, jactándose de nuestra incomprensible rareza. Pensando para ellas acerca de esos problemas imposibles de resolver que pasean una y otra vez, yendo y viniendo, noche tras noche, mañana tras mañana, para acabar, como acaban los ríos, desembocando en el océano de la irrelevancia.

Pero nunca lo entenderemos. Inmersos en nuestra pequeña gota de agua, llenamos el espacio de nosotros mismos, cegándonos, incapaces de ver que a nuestro lado caminan los mismos ojos tristes, las mismas lágrimas, los mismos pasos torpes.

Y nos sentimos solos, rodeados de miles de personas como nosotros.

Caídas

Dulces caídas.

Caídas con el amargo sabor que traen las historias que se truncan a medio contar.

Caídas que suenan a melodías tristes en un piano que ya dejó de sonar.

Tropiezos en este caminar hacia todas partes, que nos hacen sentarnos al borde del camino. Y en esas, pensar hacia atrás, queriendo recordar los por qués y los cómos, queriendo encontrar respuestas a preguntas que no tuvimos el valor de hacernos a tiempo.

La vida pasa y nosotros, con ella, vivimos. Escribimos palabras que solo tienen significado cuando las susurramos en los oídos adecuados.

Cada cima conquistada, cada barrera superada. En cada uno de los instantes que fuimos capaces de parar al dios del tiempo. Ahí residen nuestros triunfos. Nuestros sueños.

Esas dulces caídas son la prueba de que algún día llegamos a lo más alto. Y de que algún día, quién sabe, quizá podamos volver a conquistar, a golpe de espada, el castillo que encierra nuestro destino.

Si en su tristeza hoy nadamos, en su recuerdo, mañana, tal vez, nos abriguemos del frío que trae consigo la realidad.

Pero hoy toca levantarse, sacudirse el polvo del camino, y volver a caminar.