Las olas rompían contra las rocas en un concierto de sonidos y reflejos. La ira de un mar hambriento lanzaba sus gritos contra la costa.
Sus pies sorteaban el agua como queriendo evitar lo inevitable. Mientras, a lo lejos, el sol luchaba por permanecer unos instantes más sobre el manto de azules infinitos.
Frente aquel inmenso paisaje, en el epílogo de una historia de luces y sombras, quiso caminar unos pasos más, tal vez para saborear por última vez el salitre de aquella playa que una vez sintió como suya.
Y, entre los remolinos, alcanzó a ver los destellos de un pasado lleno de figuras que quisieron ser pero no fueron.
Tal vez por cobardía.
Tal vez porque así debía ser.
Tal vez, porque toda eternidad ha de tener un final.