La caída de los gigantes

Los sonidos de una naturaleza en calma se colaban por los rincones de aquella casa olvidada. La quietud reinaba allá donde uno posase la vista. Sobre los muebles, recuerdos de tiempos mejores permanecían impasibles. Nada había cambiado desde entonces. Como si de una fotografía antigua se tratase, solo el polvo en suspensión parecía querer romper con esa sensación.

Caía ya la noche en el corazón de un hogar marchito. Lejanos quedaban ya los gritos de alegría que llenaban cada estancia. Lejanos los atardeceres frente a la pequeña iglesia, esperando a que la noche diera un respiro a la densa calina de aquellos días de verano, entre risas y vasos de vino.

En el otoño de ese linaje, las lágrimas sustituyeron a las hojas de los fuertes robles, cayendo lentamente, hasta convertirse en un manto sobre el que caminar se hizo complicado.

Ya sólo quedaban los ojos angustiados de quien ha visto toda una vida pasar ante si y espera paciente la hora de partir. De quien una vez fue gigante con pies de barro.

En su caída está la caída del hombre moderno, está su éxito y su fracaso. Su destino.

El destino de todos.

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