Dulces caídas.
Caídas con el amargo sabor que traen las historias que se truncan a medio contar.
Caídas que suenan a melodías tristes en un piano que ya dejó de sonar.
Tropiezos en este caminar hacia todas partes, que nos hacen sentarnos al borde del camino. Y en esas, pensar hacia atrás, queriendo recordar los por qués y los cómos, queriendo encontrar respuestas a preguntas que no tuvimos el valor de hacernos a tiempo.
La vida pasa y nosotros, con ella, vivimos. Escribimos palabras que solo tienen significado cuando las susurramos en los oídos adecuados.
Cada cima conquistada, cada barrera superada. En cada uno de los instantes que fuimos capaces de parar al dios del tiempo. Ahí residen nuestros triunfos. Nuestros sueños.
Esas dulces caídas son la prueba de que algún día llegamos a lo más alto. Y de que algún día, quién sabe, quizá podamos volver a conquistar, a golpe de espada, el castillo que encierra nuestro destino.
Si en su tristeza hoy nadamos, en su recuerdo, mañana, tal vez, nos abriguemos del frío que trae consigo la realidad.
Pero hoy toca levantarse, sacudirse el polvo del camino, y volver a caminar.