Fantasmas en la noche

Caminaba aquella tarde entre los abedules del mismo bosque donde, años atrás, sus padres habían inmortalizado los momentos previos a su nacimiento. La luz del sol jugueteaba con las hojas, llenando de miles de estrellas de luz el frondoso suelo.

En aquel paraje de cuento, el tiempo parecía no existir. Así, pasado, presente y futuro se unían en una comunión infinita, en un único punto donde el mundo hacía mucho había dejado de importar.

Sus pensamientos volaban entre los recuerdos del amargo pasado y las incertidumbres del dudoso futuro, sin percatarse de si era el ayer o el mañana quien le susurraba las historias.

Ensimismado en reflexiones sin destino claro, sus pasos le llevaron hasta una pequeña cima, alejada de toda vida, desde la que pudo disfrutar de la vista de los eternos campos de trigo bailando al son del viento.

Una sinfonía de colores, olores y memorias. Una dulce canción de cuna con el sabor agridulce que traen consigo los momentos felices que ya se fueron.

Y justo después, el silencio.

El silencio que no cuenta nada, porque nada tiene que decir. El silencio que gritan las personas cuando las lágrimas les arrancan las palabras. El silencio con el que los fantasmas se disfrazan en la noche de ilusiones prestas a marchitarse.

Con los últimos rayos de sol, se dispuso a volver.

En el ocaso de aquella vida que ya no era suya. En la caída de la noche más oscura, donde ni las estrellas más brillantes alivian la profunda sinrazón de la tristeza. En el final de un día que a penas tuvo tiempo de iluminar las miradas de los girasoles.

Allí, entre los abedules que la traían memorias de otros tiempos, cerró los ojos por un instante y abrió por primera vez su corazón.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *