Luces de noche

Bailan las letras de una historia sin acabar. De una historia mil veces repetida. Mis ojos se posan más allá de la ventana, cuando la noche cerrada parece querer susurrarme cuentos para dormir.

Las luces miran a escondidas a esas personas que pasean, ensimismadas, por una calle cualquiera de una ciudad sin nombre. Sonrisas efímeras, como cometas, que pintan cuadros fugaces de mundos inalcanzables.

Me gustaría saber volar para alcanzar el alféizar de tu ventana y sonreírte tras el cristal.

Me imagino allí, a las puertas de tu pecho, esperando paciente a que me dejes pasar.

Mis dedos dibujándote estrellas en un océano plagado de atardeceres, señalándote las constelaciones que miles de años atrás, marcaron el destino de la humanidad, mientras mis labios juegan a ser poetas olvidados hablando de amor.

Y entonces volver a descubrirte en tus abrazos. Volver a sentirte en tus besos. Comprenderte en tus caídas, en las heridas de tu alma.

Tal vez nunca hablemos. Tal vez, las palabras vuelen demasiado lejos, lleguen demasiado tarde. Y las luces de la noche, haga ya tiempo que se apagaron.

Pero te pienso, hoy, con la sonrisa sincera que aguarda los momentos que te quedan por vivir, y siento que con eso, me basta.

Cristales

Solo oigo las pisadas que dejo atrás.

Miro rostros que no entiendo y los olvido a su paso. Cruzo miradas profundas que hablan idiomas que desconozco.

Dejo mis huellas en la arena pero el mar se las lleva consigo en cada ola. El horizonte, impasible, parece observar en silencio mi carrera a ninguna parte.

Tal vez me di cuenta demasiado tarde de que la vida no estaba hecha para caminos tan dispares, para montañas tan altas, para saltos al vacío.

Danzo sobre los cristales de un mundo que ya no siento mío, marcando un ritmo que me hace perder el equilibrio y caer. Una y otra vez.

Y en cada caída no hago otra cosa que recordar todos los fracasos, todos los finales tristes de novelas que parecían querer llegar a tocar el sol.

Palabras. Todas rotas. Queriendo decir algo sin decir nada.

Quizá baste con parar, sentarse y, mientras el agua acaricia mis pies descalzos, disfrutar de la última de las puestas de sol.