Despierta

Despierta despacio y déjame que, mientras caes en la cuenta de que son mis brazos quienes te rodean, te cuente un cuento.

Te prometo que tendrá un final feliz. De esos que te hacen albergar esperanzas por un futuro mejor, por un mañana diferente.

No te hablaré de héroes de cartón-piedra que, llenos de fantasmas del pasado, sólo son capaces de fingir por un rato. Aquellos a los que su careta sólo les aguanta el tiempo suficiente para volverse a casa a seguir luchando con sus recuerdos.

Tampoco habrá princesas en la lenta espera de príncipes que las salven. Se acabaron las doncellas ingenuas que parecían sombras sin llama.

Habrá puestas de sol infinitas en océanos de aquí y ahora. Con los barcos de promesas incumplidas alejándose en el horizonte.

Habrá noches estrelladas con películas en blanco y negro y copas de vino con sabor a conversación hasta las tantas.

Viajes a destinos impensables, donde caminar por sendas que traen vientos de cambio.

En la mochila del viaje sólo se guardarán los recuerdos que sirvan para mirar hacia adelante. Que en los tropiezos sostengan a los protagonistas y en los éxitos les recuerden que, por muy alta que sea la montaña conquistada, nunca hay que dejar de saber dónde está el suelo.

Y así, un buen día, ellos mismos encuentren los cuentos que están por ser contados, al despertar una mañana cualquiera de verano.

Vacío

Jugueteaba con la arena entre sus dedos, mientras sentado, sentía como esa brisa de mar intentaba susurrarle palabras que no podía entender. Caía la tarde y el ocaso le sorprendió con la mirada puesta en un horizonte ajeno a sus vaivenes, alejado de sus sinsabores.

Aquella tarde de junio se había querido regalar un momento para él y había terminado cayendo en la cuenta de que ya solo quedaba una versión desfigurada de sí mismo. Rota por los incesantes tropiezos, por las dudas, por la incertidumbre.

El tiempo había ido desangrando su espíritu luchador hasta convertirlo en un remanso de paz ficticia. De gritos ahogados entre recuerdos desdibujados.

Hoy se sentía vacío. Una cáscara que no guardaba ya nada de valor en su interior. Tal vez, reflexionaba agarrándose a los últimos rayos de sol, se había dado por vencido.

Tal vez nunca había sido algo que hubiera estado en su mano.

Y en realidad, ese destino caprichoso que había querido tumbar sus ansias de echar a volar, llevaba ya años escrito sobre la antigua piedra en un remoto lugar desconocido.

O quizá no.

Quizá esto solo fuera una parada más en el camino, un momento donde coger de nuevo aire y llenar esa vasija vacía de nuevas esperanzas, de nuevos sueños por cumplir.

La noche se cerraba sobre el inmenso mar y la brisa había dejado de contarle historias en su lengua secreta.

Allí, sentado, permaneció solo por un instante más, tambaleándose en la delgada cornisa que da paso al oscuro abismo de la desesperanza.

Hasta que sus lágrimas brillaron con la luz de la luna.

Hasta que sus pies decidieron que no era el momento.

Y comenzó a caminar de nuevo.