Cae la noche y en la casa solo resuenan los sonidos que te recuerdan.
La llegada del otoño acelera el ocaso y, con él, son las sombras las que invaden los rincones que antes llenábamos juntos.
Sombras que, en la oscuridad, susurran historias de otro tiempo, jugando a engañar a la mente y al corazón.
Largo es el camino del olvido. Larga la senda donde ya nadie espera.
Lejos quedan ya los ecos de nuestras risas, aquellas con las que nos creímos dueños de este mundo. Y en las páginas mojadas de nuestro diario, solo se leen palabras con sabor a sueños rotos.
Hoy solo me queda saltar al vacío oscuro de la incertidumbre de lo que está por venir. Y mientras caigo por el abismo, aferrarme fuerte a cada instante en el que fuimos, los dos, eternos por un rato.
Miro a través de esa ventana que un día iluminó nuestras esperanzas y recuerdo cuando el sol nos descubrió planeando futuros a escondidas. Recuerdo entonces perderme en tu mirada, en el azul sin fin de tus ojos, recuerdo perderme dando pasos en cada uno de tus lunares. Y en esa oscuridad tuya, me lancé a llenar de luz todos tus espacios.
Recuerdo, recuerdo, recuerdo…
En el mar infinito de las historias contadas, esos recuerdos yacen ya para siempre.
Mientras nado entre ellos, el sol termina por dar su último adios a esta historia que un día creí inmortal. Y la luna de este otoño que empieza, ya ha comenzado a cambiar de orden las estrellas.
Esas estrellas que te contaban cuentos que acababan siempre con un te quiero.
Esas mismas, esta noche, dibujan un hasta siempre en el cielo.