Caían las primeras nieves del año en Dorah.
El príncipe acababa de abrir los ojos e intentaba alejar de sí los pensamientos oscuros que asolaban al reino.
Dorah había firmado una alianza con el imperio merriense. En realidad hablar de negociaciones y de firma de tratados se acercaba más a una obra de teatro que a lo que realmente había sucedido. El Imperio Merr había subyugado a los pueblos de alrededor con su sorprendente y recién adquirida capacidad militar.
Y aquel que había rubricado el tratado para Dorah había sido el príncipe Kalar.
Kalar II, príncie de Dorah, heredero del trono de uno de los reinos más antiguos de todo occidente, había terminado hincando la rodilla ante el emperador de Merr.
Intentó alejarse de esos sombríos pensamientos cuando su mayordomo entró apresurado.
– Alteza, tenemos problemas.
– Siempre hay problemas querido Yokar, ¿qué sucede?
– Guerreros del norte.
Tres palabras, tan simple como eso, capaces de destruir todo lo que Kalar amaba. Las hordas de guerreros del Northaestia habían llegado a los límites del reino de Dorah.
Después de todo, parecía que el tratado con los merrienses se iba a mostrar útil antes incluso de lo que Kalar esperaba.
– ¿Cuántos?
– Se dice que más de ocho mil.
El silencio inundó la sala por un instante, dejando flotando en el aire la desproporcionada cifra. Sumando los ejércitos de los reinos que rodeaban Dorah, difícilmente alcanzarían los cinco mil soldados.
– Prepara las palomas Yokar. Necesitaremos informar al emperador y a los senescales cuanto antes. Debemos estar listos.
– Como ordene, alteza.
Yokar se marchó presto a cumplir con su cometido dejando a Dorah sumido en sus reflexiones. Su padre, abandonado en una enfermedad tan incurable como interminable, ostentaba la corona pero no gobernaba el reino. Sobre los jóvenes hombros del príncipe recaía ahora la responsabilidad de miles de personas. El destino así lo había querido y Dorah, lejos de estar nervioso, aceptaba su sino con el aplomo de los grandes señores.
Con la dignidad del que sabe cual es su sitio en la historia.
Miró por la ventana. Había dejado de nevar.