La princesa perdida

Eleanor IV, octava en la línea sucesoria de Hesperia y vicegobernadora del Área 15 se dirigía a sus súbditos a través de los medios de comunicación estatales.

– Ciudadanos de Argópolis, hoy es un día de especial relevancia para nuestro reino. Hoy Hesperia resurgirá de las cenizas del olvido y ocupará su lugar en la historia de la humanidad.

Un murmullo de curiosidad recorrió las calles y los hogares de la gran capital. Era la primera vez en años que alguien de la casa real se dirigía directamente a los habitantes de un área metropolitana como aquella.

Subyugados al poder de un reino como el de Hesperia, el Área 15, antiguamente conocido como Argos, había ido perdiendo autonomía hasta convertir a sus habitantes en ciudadanos de segunda.

– El Senado Imperial ha llegado a un acuerdo con Su Majestad el Rey Ícaro III para que Hesperia pase a formar parte del Imperio Galático en calidad de estado invitado.

El murmullo se convirtió en miradas de incredulidad entre muchos. Un acuerdo con el Senado Imperial era inconcebible. Durante años no sólo Hesperia sino muchos de los reinos de Erdes habían intentado evitar por todos los medios a su alcance ser anexionados por el Imperio Galático. Sabían que la pérdida de independencia acabaría eliminando sus singularidades y serían una colonia más de un gigante macroestado gestionado desde Gorgon, una ciudad desconocida a años luz de distancia de Erdes.

– Hoy es un día glorioso para todos nosotros. La casa Hadriel llevará el nombre de Hesperia a lo más alto. Salve Rey Ícaro, gloria eterna para Hesperia.

Tras esto, la bandera del reino, un enorme caballo alado con la cruz de San Jorge en fondo azul, ondeó por todo lo alto mientras el himno nacional sonaba.

– Ha estado grandiosa majestad – dijo acercándose con una enorme sonrisa Lord Erwyn Hadriel, primo de Eleanor y archiduque de Argóplis – El pueblo os adora.

Eleanor no estaba tan segura. Tras la caída de Argos, el rey Dédalo II había decidido movilizar a parte de la familia real a esa zona asignándoles puestos de gobernación. El objetivo era doble: por un lado asegurar la lealtad de las regiones recién conquistadas, por otro, transmitir la falsa sensación de autonomía a esas regiones.

«Dejadles creer que todavía controlan su destino y nosotros controlaremos sus almas» le había dicho en una de sus visitas el anciano Dédalo a su querida nieta Eleanor. Ella había entendido perfectamente su misión y representaba el papel todo lo bien que podía. Pero en su interior se sentía extranjera en un país de extraños.

– Tal vez haya muchos que no entiendan esta decisión – contestó aparentemente preocupada Eleanor.
– Dicen que las decisiones del rey son muchas veces inescrutables – argumentó Lord Erwyn
– Esperemos que esta vez haya acertado con la que ha tomado, mucho me temo que nos acechan tiempos oscuros en los que deberemos andar con cuidado, milord.

Eleanor se despidió de Lord Erwyn y se dirigió a su habitación. Seguía intentando encontrar una explicación lógica ante la estrategia aparentemente suicida del rey Ícaro. La casa Hadriel había vendido su alma y, por ende, su reino al diablo. A uno tremendamente poderoso.

Lo que todavía desconocía Eleanor IV, octava en la línea sucesoria de Hesperia y vicegobernadora del Área 15 era la importancia que iba a cobrar su papel en el destino de su reino, y en el de la humanidad al completo.

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